Yoani me hizo recordar


Me tomé el día libre para ir –como la propia Yoani– como una simple ciudadana, por cuenta propia, a la Torre de la Libertad a ver y a escuchar lo que venía a decir la famosa bloguera cubana.

Con Yoani reviví muchos recuerdos, en cierto modo casi dormidos pese a ser relativamente recientes.

Sí, me identifico con Yoani: primero porque nací y me crié en Cuba, no en la República de los 50 sino en la isla comunista de los 70 y los 80. Fui una niña que sufrió el temor infundado a despertar bajo una lluvia de bombas americanas cualquier domingo de verano.

A los 6 años, con un orgullo tremendo –debo confesar– me pusieron la pañoleta azul y me convertí en una pionerita “moncadista” bajo el compromiso “colectivo” de ser como el Ché. El lema “Pioneros por el Comunismo, ¡Seremos como el Ché!”, pregúntale a Yoani cuántas veces lo repitió. Todos los días, antes de clase, yo también. Para la niña que fui, ser como el Ché significaba ser valiente, solidario con todas las personas y pueblos del mundo y estar dispuesto a defender la Patria. Por supuesto que yo quería ser como el Ché Guevara.

En el Preuniversitario, parte del currículo era la clase de PMI (Preparación Militar Inicial) en la que nos preparaban para “defendernos de Estados Unidos”. Como una idiota tenía que disfrazarme de miliciana, cargar un tosco fusil de calamina que pesaba más que yo, réplica de un AK-47, y arrastrarme entre la hierba para evadir a un enemigo imaginario al que debía aniquilar lanzándole unas granadas de utilería. La clase de PMI era obligatoria, como la de español-literatura, matemáticas y otras ciencias. Llegué a creer que toda la escasez y los problemas de mi país eran culpa del bloqueo imperialista (el embargo). La realidad es que a mí también me adoctrinaron.

Yoani lo dijo: “Del adoctrinamiento siempre es posible despertar”. Yo desperté, pero después de la adolescencia. Esa es la verdad.

Un día me convertí en una señorita, coqueta, quería salir con mis amigos, tener ropa nueva, zapatos, maquillaje, todo lo que no existía en mi país. Y yo sí tuve puntería: mis 15 fueron en pleno Período Especial en Tiempos de Paz, el terrible verano del 93, bajo la más angustiante crisis económica, alimentaria, humanitaria y de esperanza que le tocó vivir a millones de cubanos. Pero mi madre resolvió rápido, llamó a la tía que vivía en Miami. Y yo tuve mi fiesta con ropa nueva.

Creo que fue en ese instante cuando empezaron las preguntas, las inquietudes y la rebeldía. Un día me enteré de que el guerrillero heroico argentino era en realidad un rebelde sin causa que detestaba bañarse, con un carácter ácido y vengativo y las manos manchadas de sangre. Qué decepción, yo que por tantos años quería ser justo como él.

También debo confesar que yo no fui como Yoani. Yo escogí el camino fácil. Tras el divorcio de mis padres en 1994, le pedí a mi madre –siempre mi madre–: “¡Llama a mi abuela y a mi tía y pídeles que nos reclamen, yo me quiero ir de aquí ya. Por favor!”.

Han pasado 14 años desde el día que dejé Cuba con una visa definitiva. Y estoy de acuerdo con Yoani: después que uno se exilia, emigra, toma el vuelo, se marcha –póngale Ud. el verbo– jamás vuelve a ser la misma persona. Porque “la libertad es contagiosa”. Bien lo dijo Yoani Sánchez en la Torre del Downtown de Miami, la Torre de la Libertad.

Respeto a los que como yo emigraron a Estados Unidos u otros países y también respeto a los que, como Yoani, vienen de visita y quieren regresar.

Pionera

Publicado en El Nuevo Herald el 6 de Abril de 2013

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